secretos médicos y mensajes en la pieza maestra de Velázquez
‘Las Meninas’ (mil seiscientos cincuenta y seis), del pintor hispalense Diego Velázquez (mil quinientos noventa y nueve-mil seiscientos sesenta), es una obra realmente excepcional y que oculta multitud de mensajes ocultos, entre ellos ciertos médicos.
El pintor juega con los pinceles y hace que el tiempo se detenga proporcionándonos dos espacios, uno perceptible, el que vemos en el cuadro, y otro invisible, situado fuera de la composición mas que proyecta su presencia sobre el espacio.
Vamos con el primero, el espacio perceptible. Muchas son las voces acreditadas que mantienen que el cuadro nos enseña una escena rutinaria en la corte: la infanta Margarita acompañada de su séquito visita el taller de Velázquez mientras que se halla trabajando en uno de sus cuadros. En el preciso momento que pide agua a una de sus meninas para saciar su sed aparecen, de forma repentina, los reyes, lo que hace que ciertos personajes se inclinen para saludar a Sus Majestades. En el fondo del cuadro hay un espéculo en donde aparecen representados Felipe IV y su esposa, Mariana de Austria.
‘Las Meninas’, Diego de Velázquez (mil seiscientos cincuenta y seis)
Bucarofagia en la corte madrileña
Si nos detenemos en los detalles y nos adentramos ahora en el espacio invisible, podemos contemplar como María Agustina Sarmiento de Sotomayor –una de las menina- se halla reclinada, prácticamente arrodillada, en actitud de ofrecer un búcaro sobre una bandeja de plata a la infanta. El nombre de estas vasijas, que asimismo eran conocidas como terra sigillata, hace alusión al palabra “bucea”, que a su vez hace referencia a su aspecto de boca hinchada con mofletes llenos.
Frecuentemente estos recipientes eran de pequeño tamaño y estaban elaborados de arcilla, la que era mezclada con ámbar gris y condimentas, que aromatizaban el agua contenida en su interior.

Ahora viene el secreto que oculta el cuadro de Velázquez. Y es que los médicos de la temporada aconsejaban, en determinadas situaciones, tomar el agua perfumada que había en su interior y ahora morder el búcaro hasta hacerlo añicos y, seguidamente, tragarlo. Este tratamiento se conocía en aquella temporada como bucarofagia –literalmente comer el búcaro-.
El motivo de tan especial tratamiento, consumir piezas de alfarería, no era otro que lograr una tez blanca y irisada, que era apreciadísima en la temporada, y regular los humores anatómicos. Y es que hay que tomar en consideración que la medicina en la temporada en la que Velázquez pintó el cuadro aún no había adoptado el médico científico y, en consecuencia, en ella transitaba el empirismo como base terapéutica.
Imagen: MuSeo del Prado
La teoría de los 4 humores
Para entender el origen de la bucarofagia nos debemos remontar en la línea del tiempo hasta la Grecia anticuada y tradicional. En aquellos instantes, en los que no existía una distinción neta entre cuerpo y ánima, aparecieron los primeros médicos y los primeros pensadores, los dos eran estudiosos de la physis, la naturaleza, por lo que recibieron el nombre genérico de “físicos”.
Uno de aquellos primeros físicos fue Hipócrates (cuatrocientos sesenta-trescientos setenta a. de C.), el padre de la medicina. Este galeno realizó una teoría para explicar el origen de las enfermedades, conforme la que nuestro organismo estaba formado por 4 elementos activos (humores): sangre, bilis amarilla, flema y bilis negra.
Siguiendo con su línea argumental, mientras que los humores estuvieran en equilibrio la persona gozaba de una elogiable salud, mas cuando el equilibrio se rompía, bien por exceso o defecto de ciertos humores, aparecían las enfermedades. Esta teoría, que estuvo actual a lo largo de 22 siglos, se la conoció como teoría humoral.
El barro como antídoto para la opilación
A lo largo de siglos los médicos usaron el término “opilación” para referirse a un trastorno propio de las doncellas que consistía en la obstrucción de determinados conductos de nuestro organismo. La opilación podía aparecer como una perturbación patológica de ciertos 4 humores o a resultas de la bucarofagia.
Con la prescripción de la bucarofagia los galenos del Siglo de Oro pretendían recortar algún género de hemorragia anatómico. Si a esta “indicación terapéutica” agregamos que el cuadro de Velázquez estuvo colgado en la zona de palacio reservada a la familia real, distanciada de las miradas indiscretas, todo semeja apuntar que la infanta Margarita tendría sangrados en algún sitio que no interesaba desvelar, seguramente, a nivel del aparato genital.

En Román paladino, es realmente posible que la hija de Felipe IV tuviera reglas abundantes que los médicos de palacio trataron de recortar con pedazos de arcilla sigilada. Si a esto agregamos que la infanta tenía 5 años cuando fue retratada en ‘Las Meninas’, todo hace meditar que estamos frente a un caso de pubescencia precoz.
El búcaro que le da la menina se corresponde a la dosis frecuente en la temporada: “un búcaro al día”. Los más afamados en el Siglo de Oro eran los provenientes de Estremoz (Portugal), Talavera de la Reina (Toledo), Salvatierra de los Barros (Badajoz) o Garrovillas (Cáceres), seguramente pues estaban elaborados con una arcilla finísima, simple de ingerir.
Sabemos que la práctica de comer barro estuvo muy extendida en todas y cada una de las clases sociales y que la Iglesia se posicionó en contra suya, tratando de reprimir el consumo de aquella “golosina viciosa”.