Cultura

Los vikingos jamás cartografiaron América

El mapamundi apareció en Europa de un día para otro en mil novecientos cincuenta y siete. Un marchante se lo ofreció al MuSeo Británico representando a Enzo Ferrajoli de Ry, un librero anticuario italiano establecido en Barna que, en mil novecientos sesenta y cuatro, fue condenado a 8 años de cárcel por el hurto de libros en la biblioteca de la Seo de Zaragoza. El planisferio estaba encuadernado en un volumen con otro manuscrito, Hystoria Tartarorum, una investigación etnográfico del Imperio mongol de mediados del siglo XIII. Los especialistas del muSeo que lo examinaron vacilaron de su autenticidad. Según ellos, la tinta del mapa no era medieval, si bien sí lo era la de la Hystoria Tartarorum. Terminó adquiriendo el manuscrito el marchante estadounidense Laurence Witten II, que se lo vendió por una cantidad cercana a los trescientos cero dólares estadounidenses al filántropo Paul Mellon, quien a su vez lo donó a Yale, su ánima mater. Es así como llegó a la Biblioteca Beinecke de Libros Extraños y Manuscritos, donde asimismo está el Manuscrito Voynich, un volumen ilustrado del siglo XV escrito en un idioma ignoto y que muchos especialistas piensan que fue en su temporada un elaborado engaño.

Tras 7 años de análisis, la Universidad Yale dio el mapa de Vinlandia por bueno y, nada ingenuamente, lo presentó al planeta en mil novecientos sesenta y cinco la víspera del Día de Colón, el doce de octubre. Lo consideraba la prueba terminante de que el descubrimiento del Nuevo Planeta había sido una proeza vikinga y no de España, de los europeos del norte y no de los del sur. La nueva fue recibida con regocijo por muchos anglosajones, para quienes el documento probaba no solo que los vikingos habían sido los primeros en llegar a América desde Europa, sino más bien asimismo que habían cartografiado una parte de esas nuevas tierras y que la Iglesia católica había tenido perseverancia de ello.

No obstante, ciertos especialistas advirtieron pronto inconsistencias, como la insularidad de Groenlandia en un tiempo en el que no se podía navegar por el Ártico y la precisión en su trazado ribereño, propia del siglo veinte. Además de esto, se preguntaron dónde había estado el mapa a lo largo de 5 siglos. Por el hecho de que su antigüedad documentada no se remontaba alén de Enzo Ferrajoli de Ry.

En mil novecientos setenta y dos, Yale encargó un examen del documento al laboratorio del microanalista Walter McCrone. El análisis químico descubrió que el pergamino contenía anatasa, una forma de dióxido de titanio que no se sintetizó hasta mil novecientos diecisiete y que comenzó a comercializarse en los años veinte del pasado siglo. Para McCrone, la pieza era ‘una inteligente falsificación’ moderna. La universidad aceptó por vez primera que el documento podía ser un fraude, y se sucedieron los estudios. Evidentemente, hubo quienes rechazaron las conclusiones sobre la tinta de McCrone, quien en mil novecientos noventa y uno volvió a examinar muestras del mapamundi con exactamente los mismos resultados que 25 años ya antes. En dos mil dos, la prueba del radiocarbono estableció que el pergamino data de mediados del siglo XV, mas los químicos Robin Clark y Katherine Brown, de la Universidad de la ciudad de Londres, confirmaron que la tinta contiene anatasa y, por ende, el mapa es moderno. La conclusión lógica, desde esos dos trabajos, era que alguien usó en el siglo veinte un soporte medieval para dibujar el mapa de Vinlandia, y es la que ahora acepta Yale.

A través de espectroscopía y microscopía, los autores del estudio determinaron la composición de la tinta y la equipararon con la de otros manuscritos del siglo XV. El mapa de Vinlandia tiene bien poco o nada de hierro, azufre y cobre, substancias que empleaban los escribas medievales, mas titanio en considerablemente mayor proporción que otros manuscritos de la temporada. Además de esto, ‘las partículas de anatasa se semejan mucho a las que se hallan en el pigmento que se generaba de manera comercial en Noruega en 1923’. Si bien el planisferio llegó a Yale con la Hystoria Tartarorum, exactamente el mismo volumen contenía originalmente asimismo una parte de la Speculum historiale de Vincent de Beauvais, conforme una inscripción en el dorso del mapa. Los estudiosos de Yale piensan que el falsificador usó un pergamino de la segunda obra para dibujar el mapamundi y así trasferirle la antigüedad de las dos obras medievales que lo acompañaban.

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